miércoles, 8 de junio de 2011

Capítulo 1: Una visita inesperada

Esta mañana me he levantado y me he dado cuenta de algo, han venido mis tíos a casa, vienen acompañados de mi primo y piensan quedarse aquí unos días, a mí me da vergüenza que estén aquí, hacía mucho tiempo que no les veía y han cambiado mucho, sobretodo Andrés, ha crecido y le ha cambiado la voz, además de que ahora es más maduro, durante el desayuno no me ha incordiado como hacía de pequeño, cuando vivíamos cerca el uno del otro, en un pueblecillo de Andalucía, ahora todo ha cambiado, yo he venido a vivir a la ciudad mientras que él se ha quedado en el pueblo.

Está más tímido que antes, me ha mirado, pero, tras observarme unos segundos, simplemente se ha limitado a decir hola, ni siquiera me ha preguntado qué tal me ha ido el día, no, sólo un simple saludo. Supongo que simplemente le dará vergüenza hablar conmigo, de todas formas, solo han pasado unas horas desde que llegaron y él ha estado colocando sus cosas, después de todo, tendrá que estar cómodo estos días. Se ha instalado en la habitación contigua a la mía, él sólo, ya que sus padres estarán en la otra habitación que queda libre para invitados, en ella hay una cama de matrimonio.

Voy a intentar hablar con él, a ver si saca un poco de valor y me dice algo, es un poco molesto tener un invitado de tu edad y que no hable contigo, que se dedique a  encerrarse en su habitación y apuntar algo en un cuaderno, y menos aún si es tu familiar.

Sigue sin hablarme, he pasado por delante de su puerta y, después de mirarme un momento, ha agachado la cabeza y ha fijado sus ojos en aquel cuaderno, no sé qué tendrá, pero absorbe su atención como si de una aspiradora se tratase. A la vuelta me he dado cuenta de que apuntaba algo, o eso parecía al menos, movía delicadamente la muñeca dirigiendo la punta de un precioso lapicero con dibujos azulados por el papel. He entrado en la habitación y, armada de valor, le he preguntado qué hacía, antes que nada, me ha pedido perdón por no haberme hablado, ha explicado que está un poco nervioso y que he cambiado mucho, dice que he crecido mucho, después, me ha enseñado lo que hacía, era un dibujo, un árbol cuyas ramas ascendían hacia el cielo mostrando unas bonitas hojas verdes además de flores de un tono rosado, en una rama había posada una figura, parecía delicada como el cristal, pero fuerte como un diamante, se trataba de un hada, una minúscula criatura con unas enormes alas decoradas minuciosamente como si de la vida misma tratasen, esta llevaba en la mano un objeto, más bien era una piedra, brillante y colorida, mostrando los reflejos del sol rodeado de un cielo rosáceo, como el que muestra el atardecer. A los pies del árbol hay un agujero en el suelo, pequeño pero profundo, cubierto con la hierba que crece alrededor tratando de taparlo para proteger así a los pequeños animales que lo han creado para resguardarse en él, uno de los cuales aparece un poco más lejos, se dirige a la madriguera tras una larga jornada de trabajo. El cuadro muestra también una casita a lo lejos, de ella sale humo y se pueden distinguir dos niños corriendo por un prado cerca de la casa, son observados por un perro que, atento a sus movimientos menea el rabo divertido mostrando gran cariño hacia sus dueños.

-         -  Vaya, es un cuadro precioso…
-         - Gracias, aquella casita es en la que tú vivías de pequeña, y aquellos niños éramos nosotros, corriendo por los prados hasta que nos llamaban a comer… ¿Te acuerdas?
-         - Sí, claro que me acuerdo, y aquel perro era Mus, nuestro gran amigo… Le echo de menos, ¿crees que será feliz allá donde esté?
-          - Claro, él siempre era feliz, le gustaba correr por la pradera a nuestro lado y recibir una buena ración de mimos después, era un gran perro, yo también le echo mucho de menos, pero bueno, vivió su vida hasta el máximo, dieciséis años no son pocos para un perro, y él pasó 10 de ellos con nosotros.
-          - Ya…
-          - Bueno, ¿quieres que vayamos a dar un paseo? No conozco este lugar y me gustaría que me lo enseñaras antes de irme.
-          - Claro, vamos, empezaremos por el parque, es mi lugar favorito, al fin y al cabo, nunca olvidaré que mi infancia la pasé en el campo y siempre permanecerá en mi vida.

Ahora estamos en casa, listos para cenar. En el paseo, Andrés me ha contado cómo van las cosas en el pueblo, que los amigos le preguntan cuándo podré ir a verles, pero él nunca sabe responderles, dice que todos tienen ganas de verme, al fin y al cabo, aunque hayan pasado cuatro años desde que me mudé, con doce años, me siguen queriendo mucho.

Después de cenar, nos hemos dirigido a la habitación de invitados, en la que se ha instalado Andrés, me está enseñando a dibujar un poco mejor, y funciona, se nota que se le da bien este arte, y tampoco se le da mal enseñarlo, sus dibujos tienen encanto, son especiales, con un toque de fantasía pero con suficiente realidad.


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