sábado, 14 de enero de 2012

La historia de Lena

- Las hojas de los árboles cubrían la casa, haciéndola formar parte del bosque, y las ardillas se asomaban a las ventanas cuando tenían la oportunidad. Allí vivía la chica del bosque, aquella que había convivido tanto con la flora del lugar que acabó con un tono verdoso en la piel...
- Papá... ¿algún día viviremos en una casa así? - Preguntó Lena, interrumpiendo el relato.
- No lo sé, cariño - Respondió divertido su padre.
- A mí me gustaría mucho... quiero que mi piel se vuelva verde para poder camuflarme entre las plantas... - Confesó la niña, mientras imaginaba su historia.
- Pero yo no puedo saber si eso ocurrirá, Lena.
- Yo sé que es posible, papi, sólo quiero que vivamos en una casa así... la ciudad me cansa, siempre es todo igual, con mucho ruido y gente muy estresada...
- A mí también, por eso algún día te conseguiré una casa así, sólo para ti.
- ¿Y tendrá un columpio de madera colgado de la rama de un árbol?
- Claro que sí. 
- ¿Con hojas en las cuerdas?

Javier se rió, divertido, y contagió su risa a la niña, pero esta quería saber la respuesta, por lo que repitió la pregunta.

- Posiblemente, aunque primero tengo que descubrir la forma de hacerlo. 
- Mmm... cuando vivamos en esa casa, haré un camino de piedras que llegue hasta la puerta, así los animales sabrán por dónde hay que entrar.

...

Lena recordaba aquella conversación como si la hubieran tenido esa misma mañana, con la diferencia de que habían pasado diez años, ahora vivían en la casa de sus sueños, y ella adoraba el lugar tanto como el día que llegaron, pasaba horas y horas balanceándose con el columpio, o investigando el bosque, para descubrir algo nuevo cada día.
Su piel había cambiado, ahora era de un tono verde como el de las hojas de los árboles en plena primavera. También había adquirido más agilidad, podía moverse por el bosque formando parte de él, como si de una ardilla se tratase. Conocía cada rincón de aquel lugar, y podía reconocer cada árbol... cada planta. Sabía qué sentía cada ser en todo momento y era capaz de fundir su mente con la de todos los seres del bosque.
Ya no era una niña, ni tampoco era completamente humana, ahora era parte del bosque, y lo seguiría siendo mucho tiempo.

jueves, 12 de enero de 2012

¿Por qué una tumba?

- Yaya, ¿por qué debemos recordar al abuelo con una tumba? - preguntó Lena con curiosidad.
- Porque ahí está él, y aquí nos oirá mejor.
- Pero yo me acuerdo más de él cuando veo una foto que cuando estoy delante de un trozo de piedra anclado en el suelo - comentó en voz baja.

Su abuela la escuchó, pero decidió no hacerle caso. "Es muy niña como para entenderlo", pensó, sin darse cuenta de cuánto se equivocaba. Sin embargo, Lena siguió divagando con un hilo de voz casi inaudible, dando una razón que habría hecho guardar silencio al que menos razón cede a los demás:

- No, no es justo, no debo recordarlo al ver la tumba, sino al pensar en todas las cosas que con él aprendí, al ver las fotos, y recordar el día en que me las dio, no, no puedo recordarlo viendo un trozo de piedra anclado en el suelo que simplemente me muestra que estuvo y ya no, no puedo acordarme de cada momento feliz a su lado delante de una cárcel de la que su cuerpo jamás saldrá. Pues él sigue a mi lado, aunque no esté presente... él sigue en mi corazón... te quiero abuelo, y espero que me entiendas - A Lena le pareció escuchar un susurro en el viento, una voz distante, una sola frase, un asentimiento de su abuelo.

- ¿Decías algo, Lena? - Dijo la abuela de la niña, al ver que esta sonreía.
- No, no decía nada - Lena le dedicó una sonrisa inocente y siguió andando, rumbo a su casa, lo primero que haría sería coger la foto de su abuelo y hablar con él, como cada noche hacía. Y unas ondas sonoras inundaban la habitación cada vez que lo hacía, con unas palabras que sólo ella podía oír.

miércoles, 11 de enero de 2012

Una promesa sellada.

- Por favor, no cambies nunca - dijo él, deseando ser lo suficientemente convincente como para que la muchacha siguiera su consejo.
- ¿Por qué dices eso? - Lucía se giró, pillada por sorpresa, y busco la mirada de Andrés.

Él miraba la puesta de sol, pensativo, con una expresión anhelante en su rostro, posiblemente pensando que no se había expresado correctamente, pero no intentó compartir sus pensamientos otra vez. Lucía no entendía por qué le había dicho eso en aquel momento, aunque sí comprendía lo que le pedía: sabía que si se juntaba con la gente que no debía, cambiaría su forma de ser, como muchas amigas habían hecho.

- Te prometo que no cambiaré, siempre seré así, no me iré de tu lado y te querré en cada momento como te quiero ahora.

La miró a los ojos, buscando algo a lo que agarrarse, un destello en ellos le dio las esperanzas suficientes, pasó el torso de la mano por sus mejillas con toda la suavidad que pudo y, sin pensárselo dos veces, la besó con dulzura.

- Te creo, y por eso podrás confiar tú también en mí, pues siempre seré fiel a mi palabra, aunque el tiempo nos separe, siempre te querré, aunque el destino decida que nuestros caminos tomen rumbos distintos - le susurró al oído.

El último rayo del día iluminó a las parejas, como único testigo de las promesas, impediría que no se cumplieran...

Un deseo imposible

¿Que qué pediría si me concedieran un deseo imposible? Es fácil, tal vez pienses que el deseo que antes pediría sería que se me curase la diabetes, pero no. Puede que sea una enfermedad fastidiosa, que en algunos momentos me canse, me rinda y diga muchas tonterías, demasiadas diría yo, pues hago daño a los demás, pero en otros momentos pienso, y me doy cuenta de que sería una tontería, puede que no, pero tal vez si pidiera ese deseo mi vida volvería a empezar, pues posiblemente tengo la diabetes de nacimiento.

Tal vez simplemente comenzaría a vivir otra vez desde que me dieron la noticia... o podría vivir desde el momento en que estoy, sin importar cuándo apareciese la enfermedad. Puedo pedir ese deseo, y puedo no darme cuenta de las  cosas que pierdo, pues aunque las enfermedades sean malas, hay un dicho que explica bien lo que siento: "no hay mal que por bien no venga". Tal vez si no hubiese tenido diabetes sería diferente, tanto mi cuerpo como mi personalidad, podría ser más inmadura, e incluso mis gustos podrían cambiar.

Una cosa tengo clara: sin diabetes, no sería la misma persona, y me gusta como soy en este instante. No cambiaría mi vida simplemente por quitar un pequeño problema, que no es más que un obstáculo que podré saltar sin problemas.

Muchos pensarán que soy estúpida, pues hay quien piensa en sí mismo y no más, o quien no se da cuenta de que sin la diabetes aparecerían otros problemas diferentes. Pero mi decisión la tengo clara, si he de encontrar el deseo adecuado para una única oportunidad en la vida, descartaré este. Puede que pida salud para mi familia, o para los demás, o paz, incluso volver a vivir mi vida, siendo más egoísta, pero este deseo queda tachado desde el primer momento de mi reflexión.