- Por favor, no cambies nunca - dijo él, deseando ser lo suficientemente convincente como para que la muchacha siguiera su consejo.
- ¿Por qué dices eso? - Lucía se giró, pillada por sorpresa, y busco la mirada de Andrés.
Él miraba la puesta de sol, pensativo, con una expresión anhelante en su rostro, posiblemente pensando que no se había expresado correctamente, pero no intentó compartir sus pensamientos otra vez. Lucía no entendía por qué le había dicho eso en aquel momento, aunque sí comprendía lo que le pedía: sabía que si se juntaba con la gente que no debía, cambiaría su forma de ser, como muchas amigas habían hecho.
- Te prometo que no cambiaré, siempre seré así, no me iré de tu lado y te querré en cada momento como te quiero ahora.
La miró a los ojos, buscando algo a lo que agarrarse, un destello en ellos le dio las esperanzas suficientes, pasó el torso de la mano por sus mejillas con toda la suavidad que pudo y, sin pensárselo dos veces, la besó con dulzura.
- Te creo, y por eso podrás confiar tú también en mí, pues siempre seré fiel a mi palabra, aunque el tiempo nos separe, siempre te querré, aunque el destino decida que nuestros caminos tomen rumbos distintos - le susurró al oído.
El último rayo del día iluminó a las parejas, como único testigo de las promesas, impediría que no se cumplieran...
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