jueves, 1 de marzo de 2012

Evan

Cuando llegó, el joven traía en sus manos un montón de frutos del bosque envueltos en un trozo de tela y una jarra de agua. Leisha permanecía sentada observando el balanceo de las hojas cuando oyó al chico llegar. Se levantó y acudió a él, examinando la comida con impaciencia.
- ¿Qué has traído? -preguntó.
- Comida -contestó él, convencido.
Leisha rió y le miró, cuando se dio cuenta de que el chico lo decía en serio, se acordó de que le costaba hablar su idioma.
- ¿En qué idioma hablas tú normalmente? -le miró atenta, convencida de que era ese el problema.
El chico la miró extrañado y levantó una ceja, pero no se quedó callado.
- Yo... Mmm... Yo no suelo hablar mucho... Pero... No sé... -se encogió de hombros y le ofreció la comida.
Leisha comenzó a comer agradecida, aunque estaba confundida.
- ¿Y cómo te comunicas con los demás entonces? -preguntó al tiempo que masticaba.
- ¿Con quién? -ya comenzaba a familiarizarse con las palabras, por lo que apenas se trababa al hablar.
- Ya sabes... con tus amigos, tu familia... -al mencionar la última palabra, se estremeció y decidió no hablar de aquel tema que tanto la disgustaba en mucho tiempo. Cogió otra baya y observo al chico, que permanecía en silencio mientras paseaba la vista por el bosque.
Al cabo de un rato, el joven volvió a mirar a Leisha y encogió los hombros.
- Yo no tengo eso -dijo.
Leisha se quedó atónita, veía extraño a aquel muchacho que había compartido su comida con ella, pero no antisocial.
- No creo que en tu pueblo todo el mundo pase de ti... -inquirió expectante.
- ¿Pueblo? -el chico rió- Yo no vivo en un pueblo.
- Ah, ¿no? -Leisha cada vez estaba más confundida, pero bebió un trago de agua y siguió pensando en lo extraño que era el joven.
- ¿Tú si?
- Bueno... Sí... Pero... -miró a otro sitio, dando a entender que no quería hablar de ese tema. Acto seguido, cogió más bayas y le acercó la tela al chico, viendo que no comía.
- No, gracias -el joven sonrió y se sentó en el suelo, arrancó una brizna de hierba y esperó.
Leisha siguió comiendo hasta que se sintió satisfecha y envolvió la comida. Dio unos sorbos más de la jarra y puso todo bajo una raíz del árbol. La jarra estaba vacía, pero ya no le importaba, había bebido todo lo que necesitaba y ahora aquel chico podría decirle dónde encontrar más agua. Entonces cayó en la cuenta de que no sabía el nombre de aquel joven.
- ¿Cómo te llamas? -dijo al tiempo que se levantaba.
- Evan.
- Yo me llamo Leisha -hizo una mueca-. Ya sé que es un nombre raro, pero... bueno, así quisieron mis padres que me llamara.
- Pues a mí me gusta -sonrió y se levantó-. Ven, seguro que te interesa saber dónde está el río.

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